Susana Rodriguez

Artista plástica /  Visual Artist

Susana Rodriguez

Artista plástica /  Visual Artist

Escrituras

La idea de la escritura, está profundamente enraizada en la cultura contemporánea. Fuera del lenguaje no hay nada. Es la propia historia humana.

Mas, lo que el arte contemporáneo pretende es trabajar en los límites del lenguaje y al mismo tiempo organizar un nuevo espacio-tiempo cultural, una nueva propuesta.

Es muy interesante el título de las obras de Susana Rodríguez: “Escrituras”. Ciertamente, una referencia directa al deseo de todo artista de realizar una escritura. ¿Ella lo consigue?

El dibujo es un compuesto de innumerables signos, sombras, memorias, partes del cuerpo. Todo destacado, separado, aislado en detalle. Estos signos se alternan en espacios interligados y al mismo tiempo, independientes.

Posteriormente, la artista une varios dibujos y temas de visión conjunta de signos ligados, formando un nuevo dibujo que retorna a la condición de signo (cuando varios conjuntos forman un nuevo dibujo) o sea, Susana Rodríguez trabaja en pequeños espacios que se unen en espacios mayores e interminables. Se trata, por lo tanto, de un dibujo narrativo y circular. Tiene algo primitivo ya que se asocia a los rollos de escritura, al sistema narrativo plano y continúo de civilizaciones ancestrales y al mismo tiempo tiene algo muy actual, puesto que reproduce la técnica narrativa de historieta y hace —a pesar de lo estático— referencia a una película con su secuela de imágenes.

Desde este punto de vista, el carácter narrativo y técnico es el soporte de su propia idea de dibujo y es así como esta obra ofrece un gran placer al encontrar sorpresas en su lectura.Realmente, los dibujos son como una escritura.

Aparte del papel, Susana Rodríguez trabaja con objetos de excelentefactura que se aproximan al surrealismo. Son orgánicos, viscerales, tortuosos. Más, los dibujos aportan su visión profunda y original.

En resumen, puede decirse que esta obra tiene un saldo altamente positivoy muestra a una artista con inquietudes y sensibilidad: una creadora en procura del grado cero de escritura.

JACOB KLINTOWITZ

Crítico de Arte, con 85 libros publicados. – Publicado en O Estado de San Pablo. Marzo 26 de 1982


Extrañas visiones

El transcurso temático de la obra de Susana Rodríguez experimenta un giro inesperado en el período que principia en los años noventa. Sagazmente, veía en esta etapa algo que prosperaría con el tiempo: “evolución constante, estados de transformación”. Diez años más tarde, este presentimiento se concretaría. Susana da un salto y se sumerge en una plétora subliminal, densa de biológica carga. Porque, ¿a qué responden las imágenes con que nos sorprende en este lapso sino a una aventurera búsqueda en pos de orígenes entrevistos en una extraña mezcla de vegetación y embriones, que se enlazan o se enfrentan en una especie de danza primordial?. Difícil saberlo, pero en ese despliegue fantástico se insinúa un mensaje absorbido por la rotundez de la imagen que nos lleva a pensar que se diluye en su pregnancia. Esta imagen se antepone entonces a cualquier exégesis, porque posee una fuerza inductora que nos envuelve, como el receptáculo amniótico donde se funde, en una vislumbre auroral, el presente denso de futuro.

Es imposible desasirse de una connotación visceral, trasladada a las entreabiertas crisálidas de seres pugnantes, que se intercomunican flotando en un plasma transparente de tenue colorido, que matiza la plancha del grabado y refuerza sutilmente el collage. Ellos se unen a una vegetación que recuerda las antiguas fabulaciones de las estampas medievales, surgidas de un jardín enigmático más allá de la frontera de nuestro conocimiento.

Una planta resulta especialmente simbólica. Su corola engloba gajos abultados que rematan en una pequeña cruz, sobre hojas lanceoladas y delicados filamentos con que la artista luce su don dibujístico. Como cada tanto reaparece, es posible que aluda a una fuente de vida, grávida de la simiente que prosperará quién sabe cuándo y dónde.

El universo que despliega Susana al parecer no tiene límites, ya que podría expandirse volcando sus formaciones en la vorágine alocada de una baraúnda centrífuga. Sin embargo, la cohesión tiende sus mallas indiscernibles, y en un intento abarcativo compromete la vacilante dispersión. Se encuentra en estado latente la tendencia a integrarse, pero ¿a qué? y ¿cómo? La respuesta la encontramos en las obras que Susana ha de desarrollar poco después, fruto de un sostenido trabajo que certifica la claridad de su intuición. Se trata de una toma de conciencia vertebral que recala en el crisol de la infancia, tema siempre presente en su poética. Así, en las obras de mediados de los ‘90, y sobre todo más adelante, reaparecen las vegetaciones y los engendros acompañando la candidez difusa de las imágenes infantiles con que intenta fijar nostálgicamente el desprendimiento que significa no ser ya, en parte, lo que uno era. Su educación religiosa la insta a indagar el mundo de la creencia, y en él están los recuerdos tejidos por los hilos sutiles del inconsciente. El repositorio del pasado se estampa en las diminutas presencias escolares, pero ¡ay! acechan los trasgos amenazadores.

Este período, que responde a la denominación de Alucinaciones, ofrece un campo de reflexión que nos induce a pensar que la fuerza la imagen, como recurso poderoso de comunicación de lo inexpresable, cobra una fuerza insustituible por otros medios.

Es posible aplicar a los trabajos de Susana las palabras  que la artista Ana Mendieta se refiere a sus propias visiones: “Mis obras son las venas de irrigación de un fluido universal. Por medio de ellas asciende la savia ancestral, las creencias originales, la acumulación primordial, los pensamientos inconscientes que animan al mundo, los lazos emocionales con la naturaleza.”

GUILLERMO WHITELOW

Vicepresidente de la AACA (Asociación Argentina de Críticos de Arte) y miembro de la AlCA (Asociación Internacional de Críticos de Arte)

Abril 29 de 2004


Herbarios de la pasión

Desde temprano en los años ochenta, Susana Rodríguez, desarrolló unos enigmáticos dibujos que, por el ordenamiento secuencial de las figuras y sus inflexiones, los llamó, escrituras. Escrituras, por el valor sígnico que adquirían las líneas o conjuntos de ellas, constituyendo fonemas, vocablos, frases. Oraciones visuales que, de la abstracción del grafismo pasaron a construir poemas naturales: las escrituras de hojas.

Las primeras escrituras de hojas parecen ser el fruto de un herbario que ha ido creciendo en la medida que el coleccionista encontraba un nuevo ejemplar. No un ejemplar que le permitiese construir la serie o completar un tipo, sino cualquiera… Aquel que llamase su atención y, en consecuencia, mereciera un lugar en ese mundo vegetal de objets trouvé, de los recuerdos. Estos dibujos en grafito con leves toques de color, muestran una observación minuciosa, precisa, como la de un botánico. Sin embargo, cierto desorden en la composición (intervalos y alineamientos irregulares entre las hojas) y en la selección, hablan de una taxonomía más emotiva que científica. Cada hoja tiene una actitud que ha ido adoptando a lo largo del tiempo que la artista se tomó para su observación, para usarla de modelo. La frescura verde de una hoja recién arrancada o la levedad de otra apenas caída, se transformará en torturadas nervaduras que se cierran sobre sí mismas en una danza de introspección que termina en oscura inmovilidad: la muerte. En realidad una segunda muerte, la muerte ante los ojos absortos de la artista que es capaz de ver la belleza que encierra la transformación aún cuando ésta implique caducidad.

Sin dudas, el tiempo y sus efectos internos y externos es el tema de estas obras cuyas derivaciones discurren desde el tiempo real al interior para abordar, en los últimos trabajos de la serie, la sugestión de un tiempo místico.

En “Escritura de la hoja que se convirtió en corazón”, 1985, Rodríguez pasa de la observación directa de las primeras series de hojas a la interpretación. Asocia lo que ve a lo que conoce y, así, la imagen se convierte en una síntesis de “miro, veo, recuerdo, represento”. Es en este orden de operaciones donde las hojas se convirtieron en cosa mental.

Todo era misterioso, de 1986 no presenta ya ejemplares aislados sino un colchón de hojarasca recortado contra un fondo blanco Sin embargo, no es un paisaje. Se diría que se trata de una naturaleza muerta con hojas. En una operación metonímica que el título refuerza, este pequeño fragmento de hojas es capaz de representar la propia esencia del otoño en sus tonos cálidos, dorados, virando exhaustos hacia los más profundos tierras. Nuevamente la alusión al paso del tiempo, las estaciones y las estaciones de la vida.

Luego de esta primera etapa que podríamos denominar existencial en laque Rodríguez reflexionó sobre la fugacidad de la vida y la belleza con las hojas como modelo, algo cambió en su interpretación de esas mismas formas que, con la morosidad del deleite venía plasmando día tras día desde hacía ya varios años.

Hacia  1988, las hojas estallan, rompen su marco en una composición all over que hora sí representa un paisaje: un paisaje interior. Se desata una sensualidad en el olor y la línea donde las nervaduras exasperadas constituyen intrincados laberintos. De alusión fuertemente orgánica como en Passion leaves, o en etéreas transparencias filamentosas como en Alice‘s garden, la imagen cobra una instancia onírica inusitada. Las levísimas hojas se mecen por el movimiento de aguas ocultas. Burbujas cristalinas de azules—lavandas y rosados acentúan lo etéreo, soñado, de la imagen.

Erotic Time o Voluptous leaves, son ejemplo de la asociación entre los comportamientos de la naturaleza y los humanos. Las hojas parecen cobrar vida y pasiones que las agitan en verdaderas danzas de carnaciones nacaradas y misteriosos contrastes tonales y

lumínicos. Un sentido barroco de la forma transforma el tono menor, íntimo, los primeros herbarios en odas a la exhuberancia vegetal, metáfora de los sentidos y las emociones exaltadas. Húmedo y aterciopelado es el ámbito estos encuentros que aluden al principio de la vida. Las hojas se atraen repelen en un juego de seducción que no conoce inicios en el tiempo y se sucederá hasta el fin de los días.

Lo oscuro, lo nocturno, tiene en la obra de Rodríguez el sentido tradicional de aludir a lo inconsciente. De la masa vegetal, surgen los impulsos que atesoran cruces, roces, pliegues donde el deseo se realiza en contacto. Un erotismo plagado de poesía recorre estas imágenes. No hay represión sino libre fluir para que el espectador se identifique con su propio deseo representado en la vibración de las texturas, volúmenes y fluidos. No obstante, algunas obras parecen sugerir que la intensidad del goce puede conducir al dolor. Del placer onírico a la pesadilla letal, la inquietud que producen estas obras es producto de su eficacia para convencernos de la existencia de ese mundo presentido donde no hay ley superior, ni moral ni religiosa, que impida la concreción del deseo.

María José Herrera, historiadora e investigadora del Museo Nacional de Bellas Artes de Bs. As. Buenos Aires, Mayo 2004


La piel del tiempo

De lo exterior a lo interior, de la naturaleza al ámbito de la intimidad. Tal es el camino recorrido por Susana Rodríguez en los últimos años. El cambio sobreviene cuando ella se descubre y se acepta a sí misma como sujeto de la obra, cuando se detiene, con asombro, no tanto ante el espectáculo de la naturaleza sino ante aquél que su propia subconsciencia es capaz de brindarle.

Ayudada por la memoria voluntaria o involuntaria, irá develando imágenes de la infancia que pugnan por un grado de conciencia (es decir de orden) cada vez mayor. Afloran entonces los momentos de juego infantil, las primeras letras en cuadernos escolares, los plácidos momentos de vacaciones en familia al borde del mar, en la mítica Mar del Plata.

Pero no todo gira alrededor del rescate del tiempo lejano, perdido en la memoria. Se incluye también la cita de momentos más próximos, como el de la predilección por la naturaleza como motivo. Por eso, exuberantes y fantásticas hojas carnosas de tonos sensuales, animadas por una energía casi humana, alternarán, entre otras, con imágenes del sagrado corazón, de santas y de vírgenes que recuerdan su temprana educación en un colegio de monjas.

Un nuevo escenario —el espacio blanco del papel o de la tela— desplazará al escenario compacto del elemento natural. Poco a poco, en esa casa de la memoria irán ingresando los principales personajes de su narración. Personajes que la lejanía, necesariamente, reviste de aura.

“Advertir el aura de una cosa significa dotarla de la capacidad de mirar” (Benjamin). Las figuras frontales del padre o de la madre, y también la de Susana— niña no dejan, por lo tanto, de mirarnos. En un libre juego de miradas (las suyas y las nuestras), esas figuras tratan de plantarse en el espacio, de redibujar sus límites, de definirse. Su ‘actividad’ las hace diferentes de la imagen más estática, fragmentada y evanescente, del entorno (edificios, playa, mar), como si la memoria pudiera poner en foco primero al personaje y luego, con mucha dificultad, a aquello que lo rodeaba.

Cada nueva obra de Susana es un paso adelante en la articulación progresiva del dato mnemónico. Si el objetivo fuera cerrar la secuencia de imágenes —distribuidas a veces como palabras de una frase— él se cumpliría sólo a medias, cuando en determinadas zonas (por lo general las superiores) se cubren los espacios en blanco. Pero aquello que para la artista cuenta no es tanto el cierre definitivo de la secuencia sino el placer de cada nuevo descubrimiento, la tarea paciente, el cuidado con el que hilvana cada imagen huidiza, como si tejiera para un ser querido o, en todo caso, para un espectador— testigo. Es igualmente importante el ‘comentario’ circunstancial de la artista cuando dibuja y resalta atmósferas propias de los personajes. De esta manera, reivindica su propio estar—ahí, la huella de un presente ‘real’ entrecruzado con un pasado más o menos virtual.

Continuando con su obsesión por entrar en la piel del tiempo, los últimos trabajos de Susana, cada vez más despojados, más liberados de una abundancia barroca, nos sumergen en un vacío mayor. ¿Acaso este protagonismo del vacío indica que cuanto más sabemos, cuánto más rescate de la memoria haya, tanto más queda por recuperar? El vacío al que alude su escritura sin palabras es entonces no sólo el de la ausencia (de lo que ya no está y, que por eso mismo, duele) sino el de lo que nunca podrá ser llenado o completado.

La eficacia del decir abierto de Susana se explica por la perfecta conciliación contenido-técnica. Fotografia, transfer, collage, dibujo, pintura, grabado, todo indica la necesidad de no cerrarse en una última ‘versión’, de respetar la durée bergsoniana, aquello que sigue siendo.

Puede sorprender que en tiempos de aceleración, de miradas inatentas y de atrofia de la experiencia, los artistas den espacio a la meditación y al ensimismamiento. Susana Rodríguez es uno de ellos. Quiere estar ‘en casa’ cuando la memoria la visite (en su doble casa de Buenos Aires y NuevaYork). Contrariamente a lo que podría suponerse, recibirá a su ‘invitada’ con una dosis moderada de melancolía porque, proyectada hacia el futuro, ella intentará vivir positivamente, como en día de fiesta, cada uno de los encuentros con su vida anterior.

ELENA OLIVERAS

Catedrática de Estética, Facultad de Filosofia y Letras, UBA (Universidad de Buenos Aires) 2002


Los rastros de la carne

Papeles en blanco.

Un lápiz que comienza a recorrer, sin sentido, una superficie insinuante. La punta lastima; gira una y otra vez, sugiere, presiona, se detiene, vuelve a empezar. Las formas van alumbrando un difícil equilibrio entre grises y luces. Letras, alfabetos, grafias; filamentos, raíces, restos de algún objeto, de alguna sensación, hojas húmedas. Siempre el murmullo, la voz que va dejando huellas leves, casi imperceptibles. Por momentos la densidad de un follaje extraño lleno de color, de frondosas ausencias, de carnaciones presentidas. Todo se apila, crece, se organiza caótico sobre planos que ceden al impulso de las tintas; fantasías de estos sueños de la vigilia. Los tonos se afirman, las hojas recuperan una forma arcaica, una presencia fantasmal. Rastros y escrituras, tallos y nervaduras, útiles y objetos que se repiten decididos, extremos, lentos.
Una tarde de verano. Un taller. Obras en el caballete, en las paredes, apoyadas en el piso y sobre la mesa de trabajo. Algo nace entre el calor y la humedad de una Buenos Aires que espía extraña pero constante. Susana Rodríguez propone un fulgor diferente. La violencia encuentra aún soporte en sus vacíos, en sus textos que son puro significante, en sus vainas que son cuerpos (des)cubiertos en su carne jugosa y latente. El deseo puede deslizarse entre la sintaxis de sus oraciones dibujadas en blancos y negros, entre el muestrario de hojas ancladas en su animalidad e imaginadas en su sexualidad.
No hay convulsión, no hay gestos explícitos; sin contención las formas se enredan en una narrativa que asoma entre fisuras y puertas entreabiertas. La luz, el tiempo, el aire, la materia, un trazo que convoca lo que se calla, lo que se sospecha: un ojo que advierte, un inundo que se arriesga sobre el papel. Palabras puestas en formas inventadas; la cotidianeidad nombrada en imágenes que la soledad deja escapar.
Densidad, humor y tensión en lo orgánico. Universos simbólicos, un diccionario y un herbario, un catálogo de instrumentos, tina manera que se entretiene en lo oblicuo, en la referencia indirecta, en el borde de lo reconocible, de lo esperado.

Desde 1977, las series de dibujos y de grabados se entrelazan y se asimilan en tiras interminables: la materialidad de la escritura, la sensualidad de telas y papeles arrugados, registros horizontales que acusan el aislamiento de sus partes, herramientas expuestas en su literalidad hogareña, raíces y hojas que sugieren el latido de lo que crece. Los blancos, siempre los blancos, esos vacíos que fijan nuestra visión y retienen nuestra melancolía. No hay sosiego; una línea, una transparencia, un movimiento, varios gestos para una vieja erótica que renace: el simple encuentro de una sensibilidad que contorsiona el mundo hasta atraparlo entre las hebras de un papel.

Hay paraísos perdidos y aromas que resuenan, hay otra vitalidad. Sobre el miedo se construye un mundo más tierno y amable y provocativo. No es necesario desafiar, no se trata de levantar la voz. Susana Rodríguez acciona inconsciente, sigue el instinto, no se traiciona, trabaja una y otra vez, interviene en nuestra tranquilidad, violenta nuestra intimidad. “Qué significa el erotismo de los cuerpos sino una violación del ser de los participantes? ¿Qué significa sino una violación que limita con la muerte, con el crimen? Todo el erotismo tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, en el punto donde se desfallece.”1

Sus cuerpos —letras y hojas— están expuestos, están caracterizados por la pesadez, por la destrucción de lo real, por la continuidad asegurada en la fusión de frisos que se quiebran constantemente; se confunden, se esconden, anuncian una plenitud, un acto de amor entre curvas y contracurvas que se acomodan, se acurrucan, se tocan. Estremecen, se prolongan, prometen un guiño en el desorden donde el ser se construye y se acepta en su disgregarse en el otro, en el encuentro, en la pasión y en la voluptuosidad. El silencio, el momento de la muerte y el alumbramiento, la fantasía que profana la inocencia. Su estrategia es la acción del crecimiento, de la sexualidad.

La serie de los útiles señala un paréntesis:

instrumentos presentados en un orden de catálogo; la intimidad está en la carga de aquellas herramientas que el artista utiliza en su hacer diario. Las grafías primero y las hojas después, cuestionan, interfieren, su desorden vital es la reproducción de un organismo lanzado en su propia movilidad, en el exceso de su energía. Toda organización es aleatoria, es la incorporación de lo prohibido, de lo instituido, de lo pautado. La trasgresión vuelve una y otra vez en los papeles de Susana Rodríguez, no como explosión súbita ni como decisión artística, sino como impulso vital, como erotismo primordial, como experiencia interior.

Desde los setenta pintar puede ser un anacronismo; dibujar y proponer grafías, una acción poco novedosa; estampar follajes sin dirección, indiferentes, excesivos, un riesgo decorativo; trabajar en el caballete y construir una poética figurativa, una decisión tardía. Una mirada superficial traiciona, elude, no acepta el riesgo. Hay imágenes dudosas, hay una obscenidad encerrada, una intimidad exhibida, un pudor que necesita complicidad. No hay espectadores sino la mirada que juega, el deseo que excede, la libertad que arriesga; la desnudez, la posición sugerente, la suspensión perversa, la penetración que excita, la carne que se expone, la confusión que perturba. Pintura para mirones; grabados para espiar; huellas furtivas; podemos tomarlas o dejarlas; quedarnos, observar, analizar, es sólo escapar y olvidar los temores, alejar la zozobra, conservar las buenas costumbres y borrar los rastros. Las obras de Susana Rodríguez son instantes, heridas, fuego y aire que abrigan y alimentan alfabetos y bosques elocuentes en su inquietud.

Pliegues, tejidos, cavidades, cadenas de ramas, escrituras que cuelgan, órganos y vellosidades, cuerpos que desaparecen; trepa, asfixia, rodea, ata, enumeraciones caóticas para romper el aislamiento de tantas oraciones que ya se olvidan, para llenar el vacío de tantos papeles que sangran lentos y que alucinan una memoria doméstica; densidad íntima, soliloquio que espera.

“Anterior al tiempo o fuera del tiempo (ambas locuciones son vanas) o en un lugar que no es del espacio, hay un animal invisible, y acaso diáfano, que lo hombres buscamos y que nos busca.

Sabemos que no puede medirse. Sabemos que no puede contarse, porque las formas que lo suman son infinitas.

Hay quienes lo han buscado en un pájaro, que está hecho de pájaros; hay quienes lo han buscado en una palabra o en las letras de esa palabra; hay quienes lo han buscado y lo buscan, en un libro anterior al árabe en que fue escrito, y aún a todas las cosas; hay quien lo busca en la sentencia Soy El Que Soy.”2

Susana Rodríguez se mira. Sus papeles, sus caligrafias, sus ramas nos exhuni an en nuestra larga búsc1ueda.

MARCELO E. PACHECO

Curador e investigador

Buenos Aires, otoño de 1995


Polípticos

Susana Rodríguez acentúa el giro hacia la indagación visual de lo biográfico. Se trata de una búsqueda proustiana del tiempo perdido, que se desencadena a partir de escenas primarias provenientes de fotografías y papeles antiguos que la artista toma como núcleos a ser desarrollados en técnicas mixtas….

Una de esas escenas primarias surge de una fotografía tomada en Mar Del Plata en la que una Susana niña, en segundo plano, está sentada en el alfeizar de la ventana, sonriendo entre tímida e intimidada. En primer plano en el centro de la escena aparece un hombre de pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, posando con cierta arrogancia: alguien que hoy, muchos años después, resulta un perfecto desconocido para la artista adulta. Detrás del hombre, la puerta de entrada de la casa luce como un rectángulo oscuro, como una vía de acceso a la memoria. El desconocido, como un obstáculo inquietante, ataja a quien quiera aventurarse a penetrar en el recuerdo. La imagen del arrogante extraño se repite varias veces a lo largo de la exposición, en distintas obras, trabajada de diferentes modos; incrustada en secuencias más amplias y contextos diversos.

La serie de polípticos podrían pensarse como un intento de reproducción pictórica, dibujística y gráfica de los procesos de la memoria y del olvido.

La obra central “facetas de vida” está formada por más de un centenar de pequeños cuadritos de igual formato, que se distribuyen en dos grandes núcleos irregulares a unos diez metros de distancia, unidos por una hilera de otros que ofician de pasaje entre ambos núcleos.

Susana Rodríguez coloca su propia historia como motor narrativo de la imagen,. En ese trabajo la artista traza un recorrido a través del cual revisa su vida y su obra, del mismo modo arbitrario y obsesivo de la memoria: con escenas, colores e imágenes recurrentes, retoques, presencias a veces entrañables, a veces inquietantes, ausencias seguras, zonas por momentos llenas, otras vacías, papeles escolares y así siguiendo…

La pintora y dibujante intenta con la imagen seguir los caprichos, acentos, borramientos, adornos, modificaciones de los recuerdos.

En el impactante políptico, aparece el mecanismo de la construcción de la imagen que persigue S. R.: el entrecruzamiento productivo entre vida y obra, memoria y olvido, sueño y vigilia y demás dicotomías.

Del mundo de imágenes que surge cuando se trabaja metódicamente con los recuerdos y las fotografías antiguas, la pintora elige y descarta aquellos que resultan más punzantes y funcionales para su poética. El itinerario resulta sorprendente desde lo visual y también dramático en el sentido de reafirmación de lo irremediable del paso el tiempo:

“. . . En la extraña realidad del sueño (escribe al pie de la impactante obra sobre papel donde sobresale el trabajo con el color) apareció aquello que despertó en mí, el deseo del deseo en el vacío..:’.

En cada obra el recuerdo y la distancia que impone el tiempo no necesariamente pulen asperezas y sensaciones del pasado, sino que, de algún modo, se destilan para pasar a formar parte de una gran estructura más compleja e inclusiva.

Como si un relato mayor -cada uno de los polípticos- permitiera múltiples entradas e incrustaciones y sirviera de red de contención tanto de estilo y tono.

La artista juega con el caos de sus fuentes y el orden contrastante de la imagen. Entre uno y otro se produce un proceso de selección y elaboración que la llevan a un orden formal y compositivo muy riguroso.

FABIAN LEBENGLIK
Editor y crítico de arte. Director del Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de

Buenos Aires desde 2002. Editor de la sección de Artes Visuales del diario Página/12 desde 1989. Fundador y editor de Adriana Hidalgo editora.

Marzo 2003


Retratos del alma

En su serie Retratos del alma, Susana Rodríguez se convierte en una story-teller, en una versión moderna de aquellas contadoras de historias que, en las culturas primitivas, cumplían con una función mágica por su habilidad de comunicar y dar continuidad a la tradición cultural.

En el contexto de su obra, la idea de story-teller se expresa a través de un lenguaje pictórico marcado por la temperatura emocional y ubicado en un universo compuesto de citaciones, que definen el arte abstracto contemporáneo. Desde su historia y su identidad, Susana Rodríguez cruza la frontera de lo personal llegando a un punto donde lo individual se funde con lo público. Su historia se convierte así en nuestra historia.

En la historia de las tradiciones pictóricas, recortar, pegar, aglutinar imágenes y materiales de diferentes categorías entró en el campo de la producción de imágenes cuando Picasso agregó un trozo de tela en su pintura Naturaleza muerta con silla esterillada, en 1912.

Para Susana Rodríguez, el uso de la técnica del collage desemboca en representaciones imbuidas de sensibilidad. Tanto en sus pinturas como en sus obras sobre papel, la artista fue capaz de encontrar la manera de narrar a través de composiciones híbridas en las que se combina lo real con lo imaginario, en un estilo no literal. Retratos del alma hace presente la sensación de náusea que la nostalgia inspira, provocando una colisión entre la orientación estética y las cualidades viscerales de la obra.

BERTA SICI-IEL

Jefa del Departamento de Video del Museo Reina Sofia

New York, Octubre 1999


Transmutando deseos

Conversación entre Susana Rodríguez y Juan Carlos Romero (2004)

Nos conocemos desde hace cerca de treinta años y durante este período mantuvimos una amistad que nos fue llevando al lugar desde el cual establecimos un código común. En cada encuentro la charla estaba dirigida a los temas más diversos que formaban parte del especial interés de ambos. Nuestro tema inevitable en cada caso eran las exposiciones y la producción artística, luego serían las últimas películas, los viajes a Nueva York, los problemas familiares,  la pérdida de los padres, el crecimiento de los hijos. Algunas veces los encuentros eran muy asiduos y otras donde los períodos, en que no charlábamos, eran más prolongados. Luego estaban los frugales almuerzos o los cafés en tradicionales lugares que ambos conocíamos bien en esta controvertida cuidad de Buenos A ¡res.

En esta oportunidad le vamos a dar un nuevo ‘formato” a nuestra charla que será por correo electrónico ya que Buenos Aires y Nueva York son nuestros destinos actuales. Los tiempos de cada pregunta estarán mediados por ese espacio de silencio y meditación necesarios para que las palabras vayan adquiriendo el peso de su significado esencial. Comienzo…

ROMERO: Podría empezar preguntándote ¿en qué lugar naciste, si pasaste tu infancia en el mismo lugar de nacimiento y cuáles serían los primeros recuerdos de esa etapa inicial?

SUSANA: Nací en Buenos Aires, en la calle Directorio del barrio de Flores. Pasé mi niñez y adolescencia allí, estudiando a unas cuadras, en un colegio religioso: Nuestra Señora de la Misericordia. Era muy traviesa, indomable, y siempre quería jugar. Mi vida se dividía entre períodos de mucha diversión con mis iguales y sensaciones de gran soledad. Era muy sensible con todo. Mi amiga Alicia, fue alguien muy importante en esa etapa, con tres hermanas y una casa enorme; juntas nos reíamos todo el tiempo. Sobretodo con un permanente sentido del humor y siempre tratando de hacer travesuras, era la parte más linda de esa vida. Mi hermano no había nacido aún y no me gustaba estar entre gente grande. Me aburría. Tenía primos, amigas y amigos del barrio, pero no era lo mismo. Igual jugaba con ellos. Mi mamá decidió que estudiara piano, inglés y danzas. Lo hice, pero no me gustaba. Yo quería divertirme y planear cosas.

ROMERO: Dices que tenías sensaciones de gran soledad y por otra parte aseguras que algunos momentos eran la parte más linda de tu vida. ¿El sentimiento de soledad se volvió a repetir en otras etapas de tu vida? ¿Además, esa parte linda de

tu vida se refiere a toda la vida o solamente a ese período?

SUSANA: La parte linda es en comparación con los otros momentos

solitarios o familiares. La niñez no fue lo mejor de mi vida, es casi lo contrario.

Cuando trabajo sobre ella es para buscar las raíces, las motivaciones y sensaciones

de ese período, donde se fija nuestra vida.

En mi hogar mi madre era una mujer muy culta, feminista e interesada en la política, y con ideas de izquierda. Siempre sentí que había contramensajes en todo lo que me rodeaba. Quizás el gran interés por jugar es uno de los puntos que me acerca al arte: el sentido lúdico. Yo sentía que era diferente de mi entorno y mi opinión sobre las cosas muchas veces me hacía sufrir. Con el tiempo y el análisis me di cuenta que era mi forma de enfocar la vida y ésa era “yo”. Al ser chica, me parecía que iba contra la corriente. A los 6 años mi mamá me quería inscribir en el colegio con una religiosa. A mí me asustaban los hábitos tan oscuros. Yo quería a la maestra de la otra división, que era donde estaban mis amiguitas.

Mamá no escuchó mis pedidos. A la semana arranqué las hojas usadas, cambié las estampillas y me presenté en el otro grado como alumna nueva. Al tiempo, me descubrieron. Me admira todavía hoy, que a esa corta edad, tuviera la fuerza para tratar de cumplir con mis deseos, a pesar del riesgo y de lo que querían los demás. De todas maneras en mi vida, los desafios en vez de desalentarme, me estimulan.

ROMERO: En tu infancia se iban conformando en ti dos características que te irían a acompañar en el resto de tu vida: la creatividad en el juego y la rebeldía. Me contaste detalles que ¡tan marcado tu infancia y en tu relato no aparece todavía la necesidad de expresarte mediante las artes visuales. ¿Recuerdas cuándo comenzaste a trabajar con las imágenes visuales?

SUSANA: Sí, fue en mi adolescencia. Lo recuerdo nítidamente. Pintaba para expresarme, me quedaba de noche trabajando y necesitaba expresarme todo lo posible.

ROMERO: -Si tu recuerdo es tan nítido, ¿podrías ampliar en relación al carácter de tus imágenes y decirme qué pasaba con la necesidad de pintar casi en forma compulsiva? ¿Había una razón de carácter psicológico?

SUSANA: Siempre hay cuestiones de carácter psicológico, pero creo más en la vocación. Picasso decía que él iba a caminar por los jardines de Fointanebleu, y al volver  necesitaba sacar o exorcizar todo ese verde recibido. Qué sentimos y cómo sentimos es personal y por supuesto que hay componentes psicológicos en todo. Pero la vocación es lo que hace conducir ese sentimiento o sensibilidad hacia una obra.

Me analicé durante mucho tiempo y todo fue material de análisis, hasta mis sueños, pero mi obra, no. La dejé libre, que flotara en todo el inconsciente y conciente que quisiera. No necesitaba analizarla, necesitaba crearla. Y conviví muy bien en estos términos con mi vida y con mi obra. Uno no pinta para sacar la neurosis, para eso va al analista. Uno pinta por vocación y fe en lo que hace.

ROMERO: Bien, esta respuesta nos ha llevado “al tema de la vocación y allí está la pregunta que nos puede abrir una puerta a esta relación entre los estados de conciencia e inconsciencia. ¿Quisiera saber cómo fuiste llevando estas relaciones y si conciencia, vida, obra e inconsciente estuvieron siempre presentes en tu producción?

SUSANA: Estuvieron presentes todas, y traté que mi inconsciente tuviera la menor cantidad de trabas posibles para poder crear. Quizás al terminar una obra pensaba que venía muy de adentro o me daba cuenta de otros contenidos. Pero ya estaba terminada.

Cuando trabajaba estaba el hecho plástico, mi vida y mis sensaciones. Lo que me venía a la mente. Creo que la libertad interior es muy importante para un artista. Y no es poco. Presupone muchas libertades de vida y de conceptos. De plantearse cada día como último o la idea de la muerte.

La obra tiene que estar libre de modas, libre de agradar, libre de concesiones. Y quizás la vida de uno también, porque no se puede lograr adentro, lo que no se lleva afuera.

Me extraña mucho cuando escucho comentarios de gente que dejarían su trabajo o su pareja o muchas otras cosas, cediendo en lo que desean vivir. Yo me pregunto si se dan cuenta que están sacrificando sus días, sus minutos… Pero uno tiene que aprender sobre uno mismo. Y en eso consiste la dignidad del ser humano. Volver a ganarse la vida y el tiempo —gran tema— que son lo más valioso que las personas tienen. Y muchos no lo concientizan hasta que se enferman o tienen otros duelos. Hay que tratar de vivir lo que uno quiere y como uno quiere. Y ser libre para saberlo y para afrontarlo. Pero es difícil. En algún momento, uno pierde cosas muy importantes y quizás deja de vivir para sobrevivir.

Como decía Gonzáles Iniarritu (el director de “Amores Perros”): “Pues cuando ardió la pérdida/reverdecieron sus maizales” También hay que aceptar el ciclo de vida.

ROMERO: Creo que en esta respuesta hay muchas direcciones que más adelante vamos a retomar. Lo que ahora quisiera saber es ¿cuál fue tu camino para comenzar en la Escuela de Bellas Artes y qué experiencia sacaste de allí que te haya servido para tu obra artística?

SUSANA: Una vez decidida mi carrera egresé como maestra en la escuela Manuel Belgrano y del profesorado en la Prilidiano Pueyrredón. Aparte hice talleres con Aída Carballo (quien tenía un mundo muy apasionante), con Jorge Demirjian (fue importante para mí, por su disciplina en el dibujo y la serigrafía), con Luis Felipe Noé (fue poco el tiempo con él, pero quedamos grandes amigos). Quizás mi interés en ese momento pasaba por lo gráfico y sus técnicas más que por lo pictórico.

En la escuela y en el profesorado, aprendí la disciplina que dan las horas de trabajo y tuve profesores talentosos como Reina Kochasian o Emilio Renart con su carácter original y creativo. De Juan Carlos Romero aprendí la libertad que se puede aplicar a todo: materiales, temas y realización.

ROMERO: Bueno llegamos al momento en que nos conocimos y todavía recuerdo muy bien tu último examen de grabado, en el que habías hecho unas imágenes sólo en aguafuerte, con total libertad en cuanto al uso de los materiales, tan sagrado para los grabadores, y que habías logrado una imagen de un cierto carácter trágico y creo fue casi siempre el motivo de tu obra.

SUSANA: Si, me acuerdo bien.. .era un examen de grabado que duraba tres días, yo llegué el último, unas horas antes de que finalizara y trabajé toda la chapa con una hoja de afeitar en sus diferentes filos. Era “Alicia cayendo en el pozo”, estaba pensando en Lewis Caroll, a quien siempre lo tengo presente…

Si bien tenía libertad, fuiste tú como profesor quien me motivaste mucho a expresarla, como siempre hiciste en tus clases y cursos. Y ahí me recibí.. .y seguí por la vida y por la pintura… En ese momento estaba embarazada, esperando a Juan Martín.

ROMERO: “Alicia cayendo en el pozo” y el futuro nacimiento de un hijo, parecen que se unieron dos mensajes fuertes y en relación con esto recuerdo que en una charla de café después de que hubieses egresado, te dije que en general las artistas que se convierten en madres se frustran por las obligaciones maternales, lo que provocó tu enojo ya que me aseguraste que a vos no te iba a ocurrir esto. Ahora reconozco que tenías razón y que Alicia iba a estar presente siempre en tu obra.

SUSANA: A veces uno se enoja por el temor a que las cosas realmente pasen.. .Y creo que es difícil el compromiso con la maternidad y con la profesión. Pero pude. Y es parte de lo que digo cuando me refiero a defender las cosas que uno quiere y puede.

ROMERO: Quisiera volver a tu idea de que hay que aprender sobre uno mismo y creo que los artistas están siempre aprendiendo, en particular de su observación de la vida, aún los más abstractos y los mas fanáticos conceptuales. Y allí está el tema del tiempo y de las pérdidas, además de la conciencia de esas pérdidas. Te conozco bien para saber que cuando hablas de libertad es que siempre la has ejercido, aún a costa de algunas pérdidas, que finalmente son afirmaciones de esa misma libertad. Y esto se comprueba en tus trabajos aún en los más antiguos que además quisiera que me recordaras como frieron naciendo. Tu primera muestra fue en la Galería “H”. Creo que estoy bien orientado.

SUSANA: Estoy de acuerdo contigo, yo siempre les digo a mis alumnos que trabajen lo más único y especial que tienen: buscar dentro de ellos mismos y lo expresen corno quieran o puedan.

Por eso Jerónimo Bosch, en momentos de búsqueda de lo real y humano, aparece con esos monstruos y mundos terribles. Gracias a su interior y a su libertad.

Mi primera muestra fue en Galería “H”.Y eran grabados en aguafuertes. Con escenas muy oníricas-expresionistas. Marcianos, operaciones, mujeres convirtiéndose en pájaros. Algunos títulos que recuerdo: “Nos atrapábamos sin darnos cuenta”, “Ah! esa insaciable hambre de amor!”, “En la sala de operaciones”, “Esa mosca que siempre nos molesta”, “Mundo marciano”, “Caminata lunar hacia la deliciosa manzana”…

Luego trabajé con otras técnicas de grabado: serigrafía, litografía y además comencé a dibujar. Después de una muestra individual en la Galería Carmen Waugh, realicé otra muy interesante en la galería Birger donde una idea atravesaba distintas técnicas y sus sucesivas mutaciones que iban cambiando el planteo original. Además del erotismo y el tiempo, las mutaciones siempre me preocuparon como tema.

ROMERO: “. . . la intensidad del goce puede conducir al dolor. Del placer onírico a la pesadilla letal, la inquietud que producen estas obras es producto de su eficacia para convencernos de la existencia de ese mundo presentido donde no hay ley superior, ni moral ni religiosa, que impida la concreción del deseo…” estoy leyendo un párrafo del texto de Herrera que tan bien define tu trabajo y que creo atraviesa toda tu obra y es la relación entre el goce y el dolor, entre la tortura de amar y la felicidad que no llega, de lo que tantas veces hemos conversado donde en forma inevitable se hacía presente Bataille.

SUSANA: Bataille con el goce y la muerte, Nabokov con sus crueles desencuentros. Y los ángeles de Win Wenders, protegiendo a los humanos hasta el límite. Todas las facetas de la vida donde los artistas exorcizamos nuestras pérdidas, nuestros deseos y tanto más…

Mis demonios están en mi obra. Comparto y analizo los de los otros. Quizá por eso amo tanto al cine. Y disfruto mucho el trabajar en mi obra. Encuentro mi centro. El momento en soledad donde uno siente que logra la nota buscada, decía un compositor, es único.

ROMERO: En esta conversación fuiste desgranando una cantidad de nombres de artistas que de una forma u otra influyeron en tu vida y que no fueron necesariamente artistas visuales y quisiera saber si además hay artistas visuales contemporáneos de los cuales hayas recibido influencias.

SUSANA: No lo siento. Cuando llegué a Nueva York me compraban las series de las hojas o los art dealers decían que mi obra tenía influencias de Georgia O’Keefe, en ese momento yo no la conocía. Luego, por supuesto, viajé hasta donde vivía en Nueva México, pero yo ya hacía otra cosa. Cuando estudiaba me importaba mucho Alberto Greco y ahora me siento muy atraída por toda la obra de Louise Bourgeois, por su erotismo, su misterio, su femenino, su pensar, y por Baldessari quien maneja increíblemente el espacio gráfico. Pero trabajo mis influencias en lo que vivo, en lo que pienso y en lo que me rodea.

ROMERO: Ahora estamos de nuevo en lo que habías insinuado antes y lo reflejas muy bien cuando te refieres a Louise Bourgeois y allí hablas de erotismo, de misterio y de algo relacionado al carácter de lo femenino y creo que abordas por un lado distinto a esta artista, tu obra de ese momento. Cada vez que puedo contemplar tus

trabajos tengo una sensación de desgarramiento, una tortura que produce el dolor necesario para poder decirlo en imágenes y me parece que es muy recurrente aún en los trabajos menos eróticos. ¿Cuánto de esta sensación que yo tengo hay en la filosofía implícita de tu obra?

SUSANA: Creo que sabes mucho de mi obra. Es verdad. Están el dolor, el goce, la tortura, el placer… Por eso creo que mi última obra “los polípticos” son importantes porque pude colocar todas las facetas de mi vida o de la vida misma, a vital, lo religioso, el humor, lo erótico, lo misterioso, los recuerdos, el presente, os duelos y la muerte.

Como decía Oliverio Girondo: soy un cocktail de personalidades, pero creo que la vida es eso: momentos tan distintos superponiéndose unos a otros. Y so que siento es lo que trasmito en mi arte. Ese filo extraño donde termina el goce y se cae en el dolor; esa mezcla de sensaciones donde lo oculto está siempre visible. La vida y la presencia amenazante de la muerte, la alegría de la concreción y esa sensación de continua pérdida… Profundizar la existencia es complicado, quizás mi sensibilidad siempre estuvo llena de todas estas facetas, por lo cual lo que dices es muy cierto.

ROMERO: Ahora que en forma explícita estás hablando de tu obra sin ocultamientos y viendo ese fuerte carácter trágico de tu trabajo me parece que estas hablando de otra cosa de la que no hicimos mención hasta ahora. ¿Esto te produce felicidad, o es un concepto demasiado banal para poder contestarlo? ¿Hacer arte te alejó de tu familia (tus padres y tu hermano) y en particular de tu hijo? ¿Esto que estás haciendo sirvió para que pudieras tener el privilegio de ser una madre libre de las ataduras tradicionales? ¿Además sabes qué piensa tu hijo de lo que estás haciendo? Creo en particular que esta serie de preguntas están claramente asociadas.

SUSANA: Acerca de mi hermano, desde siempre tenemos una relación muy especial, muy cercana. Me siento muy acompañada, ayudada por él en mi arte y en mi vida. Pienso que la relación vocación artística-hijos es compleja. Pero si uno logra un razonable equilibrio tiene satisfacciones enormes como esta carta que recibí hace unos días:

Veneración de la Vida

“Yo soy vida que desea vivir,

y existo en medio de la vida que desea vivir”

(Albert Schweitzer)

Poseo la experiencia de haber visto todos estos años el fenómeno de la creación, el arte sucediéndose a mi alrededor. El arte, simplemente, sucede (“Art happens”, declaraba Whistler, citado por Jorge Luis Borges). Mi madre ha dado siempre un maravilloso impulso a lo mágico de la vida, y de la creación. La completa valentía por asumir la más profunda sensibilidad y transformarse en un canal de expresión de la energía que constantemente nos rodea.

Este amor a la vida, a las emociones, a la sensibilidad, a las pasiones, como sinónimo de estar plenamente vivos fue el que obtuvo su lógica consecuencia, entre otras, en la creación de todas sus obras. Sentir, y volver a sentir, sin pretender entender para no limitar este sentir, y poder luego transformar la propia expresión que premia esa apertura total a la sensación en forma liberada.

“Il me semble que je serais toujours bien la oú je ne suis pas” (Apollinaire). Esa aparente disconformidad de pensar que siempre estaría mejor en otra circunstancia o de otra forma, no puede visualizarse solamente en este plano textual. El constante deseo por continuar la búsqueda, por continuar la movilización hacia nuevas creaciones, nuevas sensaciones, hace que la riqueza sea inagotable como la vida misma. Solamente hace falta abrir los sentidos, podría decirnos, y seguir la senda de la sensación, aprovechando el motor constante de la búsqueda inagotable.

Entre otras muchas cosas, esto he aprendido de ella, el profundo amor por la vida (el poderoso efecto de entender la vida más allá de la propia), y la búsqueda por el sentir las sensaciones que nos ofrece. Uno es tanto más rico cuanto más abre sus propias circulaciones al fluir del enigma que nos circunda.

Mi madre vive, ama vivir, ama sentir todo lo que la rodea, ama canalizar

esas sensaciones, ama buscar y buscar, recorrer, viajar por su interior y por el

exterior. Busca, incansablemente, y encuentra, incansablemente.

Juan Martín Vezzulla


 

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